VENGANZA

 Ella paseaba por el parque, absorta en sus pensamientos, con la mirada perdida, triste muy triste. Las puertas de la felicidad se le habían cerrado, no encontraba salida ni solución. Pobre niña rica, la había tenido todo en la vida, menos el amor de Diego.

María se había criado con todas las comodidades del mundo, en buenos colegios, hablaba inglés y francés sin problema y tocaba el piano. Una educación magnifica para la época, hija de una familia de las que llamamos bien, en una ciudad de provincia.

A sus dieciséis años era ya una señorita preciosa, su cabello largo, dorado como el trigo y ondulado le imprimían una apariencia casi angelical, la envidia de las demás muchachas con las que compartía colegio, salidas etc...

Pero no se puede tener todo en la vida y  la desgracia esperaba oculta para cebarse con ella. Un domingo del mes de abril, a la salida de misa, se cruzó en su automóvil Diego, un joven apuesto, demasiado guapo diría yo, un galán, que aminoró la marcha y no dejó de mirar a María, ruborizada por la situación, con tanto descaro que hubo de bajar la cabeza.

Sus amigas, como locas, al ver que semejante caballero se fijaba en ellas,

-María mira, te está mirando a ti, María dile algo, saluda, jooo María pareces tonta- exclamó Irene, la más atrevida del grupo, la cual se acercó al auto, sin vergüenza ninguna, a saludar a Diego,

-Hola, pedazo de coche no? Me llamo Irene y esas de allí son María y Laura, ¿nos darías una vuelta?

-Como no señoritas, las invito a un refresco en el parque, dile a tus amigas que pueden subir- sin apartar los ojos de María, Diego abrió la puerta del descapotable invitando a las tres amigas.

En la parte de atrás se sentaron Irene y Laura, mientras María directamente subió junto a Diego. Su vestido estampado por encima de las rodillas, daban una visión a sus piernas, largas y bien formadas que no pasaron inadvertidas por el conductor.

Ese fue el principio del fin, siguieron quedando ya solos, sin las miradas curiosas de las amigas. Largos paseos en coche, con la melena al viento, y una cosa llevó a la otra.

Los primeros besos robados, las primeras caricias escondidos en algún paraje donde la soledad ocultaba ese amor incipiente, esos deseos incontrolables de explorar la sexualidad, hasta entonces soslayada por el miedo. Eran dos torrentes que provocarían cualquier desbordamiento de un río.

María no podía ser más feliz, en casa ni palabra, si llegaran a enterarse sus padres, de sus excursiones con Diego, la castigarían de por vida.

Transcurrió un año, ya tenía los diecisiete, muy cerca de la mayoría de edad, en cuanto ésta llegara presentaría a Daniel a sus padres, no hubo tiempo.

De un día para otro, su amor dejó de ir a buscarla al colegio, dejó de escribirle, simplemente desapareció. Lo buscó por todas partes, preguntó a sus amigas y amigos, nada de nada. No puede ser, debe haberle pasado algo malo, estará enfermo? o lo que es peor un accidente?

Así pasó los meses siguientes, hasta que una mañana, llamó Irene a su puerta, portaba una revista en la mano,

-María calma, tenemos que hablar, vamos a sentarnos en tu habitación que nadie nos moleste, es importante lo que voy a leerte, Don Daniel Aliaga de Andrade, hijo de los marqueses  de Aliaga, ha contraído matrimonio con Doña Verónica de Luján y Cifuentes, hija de los condes de Luján, en la Iglesia de los Jerónimos de Madrid, - no pudo seguir leyendo, María se desplomó en el suelo, llorando con un almohadón en la boca para que no la oyeran. La fotografía de los novios no dejaba lugar a duda, era él.

Irene intentaba consolarla como podía, cayó en una profunda depresión, que nadie entendía. A su edad, teniéndolo todo, y sufrir de esa manera...

Jamás abriría la boca, no contaría a sus padres, ni al médico, la causa de su tristeza, de su pérdida de peso, lo guardaba para ella. Las amigas poco a poco, dejaron de llamarla, de buscarla, la soledad se adueñó de su persona, los estudios abandonados.

Paseaba por el parque con la mirada perdida, no estaba loca, no, estaba maquinando una venganza, que nadie sospechaba, se presentaría en Madrid, y cuando lo encontrara, muerte.

Muerte al mentiroso, ya no engañaría a nadie más y por supuesto, no sería del la señorita Verónica.

-Es mío, de nadie más, si he de matarme yo también, no me temblará la mano, dicen que he perdido la cabeza, para nada se muy bien lo que hago. Lo tengo todo pensado y planeado.

María José Martínez Rabadán.

03/04/2024

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