SOLEDAD

 Cae la noche, el silencio es tan evidente, tan sentido, no hay peor sonido que la ausencia total de ellos.

Está sola, con el pijama puesto y una copa de vino en la mano, la mantita de borreguillo y un buen libro, piensa, ¿esto es la soledad? que infravalorada está, que libertad siente al poder hacer lo que le apetece, al gustarse infinitamente más que antes, al saborear su copa sin ningún reproche, sin gritos, sin malas caras.

Marianela es feliz, con tan poco, pero una tormenta azota fuertemente sus ventanas, la lluvia cae como torrentes por sus ventanas, corre a cerrarlas, echar las cortinas.

Demasiado tarde, el mal ya está hecho, la tormenta viene para quedarse, trae viejos recuerdos que tanto daño le hacen, comienza la ansiedad, la taquicardia, busca por los cajones sus pastillas, no puede ser que el pasado le afecte, irrumpa de tal modo en su vida que a penas puede respirar.

Era una niña, cuando pasaba las vacaciones de verano con sus abuelos, aquella casona tan fresquita en verano, con esa calidez de lo que debía ser un hogar de verdad, el único que había conocido.

Sus padres fallecieron en un accidente de tráfico, entre el internado y sus abuelos fue transitando a la vida adulta, pero aquella casa escondía un secreto, maldita sea!!, ella tuvo que descubrirlo aquel verano.

Jugaba con sus muñecas, como tantas otras tardes que el sol y el calor abrasan en plena mancha, el botijo con agua fresca sobre la mesa, las cortinas cerradas para conservar la temperatura, recuerda todo muy bien, y lo recuerda en amarillo, tonalidades sepia, como los retratos antiguos.

Sus abuelos habían salido bien temprano al pueblo para vender las verduras y patatas del huerto, no habían regresado todavía por lo que Marianela se encontraba sola en la estancia, oyó unos ruidos y unos lloros que procedían de la parte alta de la casona, su abuela le contó que a veces la vigas de madera crujen por el calor, pero no, ella sabía que esos lamentos procedían de la leñera, lugar prohibido para una niña curiosa como ella, sus abuelos lo tenían cerrado bajo llave.

Sola, aburrida y con una mente de investigadora, buscó en la cocina un cuchillo y lentamente subió las escaleras hasta la parte de arriba. Los lloros se escuchaban con mayor nitidez, era obvio que alguien habitaba en el ático de la casona.

Llegó hasta la puerta, muerta de miedo pero la curiosidad pudo con el terror, se paró delante de la puerta y acercó el oído, efectivamente estaban llorando, pero no una sola persona, se apreciaban sollozos de varias. Con el cuchillo intentó abrir la puerta, cuando una bufada de aire negro la cegó por completo, cayó hacia atrás golpeándose en la cabeza.

Debió perder el conocimiento, porque sus abuelos la encontraron tendida en el suelo- Marianela hija, por Dios, ¿cómo se te ocurre subir hasta aquí? Te hemos dicho mil veces que es peligroso, aquí no guardamos más que leña, aperos del campo y objetos inservibles.-

La pobre niña, con los mocos colgando y un gran dolor de cabeza, intentó explicar lo que había sucedido, los lloros, lamentos y la sombra negra que la tiró de espaldas.

No le dieron importancia, intentando que la nieta olvidara ese episodio, haciéndole creer que todo era fruto de un mal sueño, producido por el calor.

Así quedó la cosa, hasta que volvieron a marchar al cabo de tres días, al mercado de nuevo. Esta vez Marianela le había cogido la llave a su abuelo cuando dormitaba en la mecedora de la sala, ni que decir tiene, volvió a subir, pero esta vez los llantos y lamentos eran estridentes, escalofriantes como de ultratumba, pero ella llena de arrojo metió la llave en la cerradura y abrió la puerta.

De nuevo la figura de negro intentó atacarla,- noooo fuera de aquí maldita!!- prosiguió hasta dentro, a duras penas conseguía ver, pero esos ojos brillaban, estaban por todos lados, gritaban, tuvo que poner sus manos tapando los oídos, llegaba a ser insoportable, cuando consiguió tranquilizarse, distinguió la figura de varios niños, eran muchos, todos con el pelito muy corto y una especie de babis a cuadros, no le hablaban, únicamente lloraban.

Cuando intentó socorrer a los pequeños, la sombra negra consiguió derribarla de nuevo y arrastrarla hasta la puerta de la leñera, solo que ahora era más fuerte y la tiró escaleras abajo. No podía hablar, simplemente asentía con los ojos cuando la llevaron al hospital, quedó en estado catatónico y la ingresaron en un sanatorio de salud mental.

Jamás volvió hablar, ni a comunicarse con nadie, algo ocurrió aquel fatídico día, que sólo ella conoce y la sombra negra, que le acompaña en sus días de soledad.

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