KENIA
Anochecía en la campiña, cada gota de rocío resbalaba muy
lentamente por las hojas de la parra, pareciera una melodía perfectamente
acompasada, como esos bailes que vemos en las revistas, el Baile de la Rosa en
Mónaco.
Como soñaba con mis vestidos maravillosos de princesa,
con el amor de un príncipe atractivo, cariñoso y atento, todo era felicidad en
mi sueño.
Pero la cruel realidad me esperaba al despertar, habían
desaparecido las gotas de rocío, ahora escuchaba el grifo de la cocina gotear,
un tenue rayo de sol se colaba por la ventana de la entrada y caí en la cuenta
de que estaba sola.
No hay nadie más, el largo pasillo de la casa pareciera
no tener fin, como esas carreteras en Estados Unidos, kilómetros y kilómetros
de asfalto que no llevan a ningún lugar.
Salí, como cada mañana, camino del trabajo, necesito urgentemente
un buen café que me devuelva a lo cotidiano, a la rutina diaria que me aburre sobre
manera, deseando terminar la jornada laboral en aquel despacho, triste, gris y
odioso, donde mis días parecían no tener fin, y volver a casa a mis libros, a
mis novelas, a mis viajes imaginarios.
Algún día lo haré, con el dinero que estoy ahorrando me
marcharé lejos, a otro continente, África por ejemplo, me fascina, he leído varia
veces ya Memorias de África, he visto la película hasta aburrir, no me quiero
morir sin conocer a alguien que me lave el pelo de esa manera, que me mire con
ese amor.
Nada que ver con los compañeros del despacho, por Dios,
son la antítesis al romanticismo, a la aventura, trabajando en sus ordenadores,
cigarrillo en mano, y con barba de un par de días.
Ensimismada en mis sueños, crucé la avenida sin mirar, un
auto tuvo que frenar, ya no recuerdo más, solo el olor a neumáticos y el
claxon, allí mi mundo se desvaneció.
Desperté en un hospital que no identificaba, con una bata
blanca y llena de cables por todas partes, se lo que está pasando, pero no
puedo hablar, quiero gritar, no sale sonido alguno de mi garganta, oigo a mi
alrededor voces, sonidos como pitidos de máquinas, pero no veo nada, a nadie,
estoy sola.
Consigo abrir los ojos y sobre mí esa mirada dulce que
asoma encima de la mascarilla, adivino una sonrisa como la del señor Finch-Hatton, como la de Karen.
Estoy en Mogambo, en la plantación de café más extensa que jamás he visto, rodeada de animales salvajes, lejos queda ya la oficina, la quinta avenida, el aburrido señor Louis, no tengo jefe, soy mi dueña.
Las tardes de domingo con mamá, viendo esas películas antiguas que tanto nos gustaban o leyendo Mujercitas mi primer referente feminista, Sissi Emperatriz, las aventuras de Los Cinco, soñando con Julio Verne, en esos mundos me hubiera gustado vivir junto al Capitán Nemo, bajo el agua, otro referente como Da Vinci, adelantados a su tiempo.
Que libertad me han otorgado los libros, cuanto he viajado, cuanto he soñado, los llevo conmigo, en mi maleta todos ellos, creo estar viendo los castillos de Edimburgo, con Harry Potter, aquí hace más frío, siento como tiembla todo mi cuerpo.
Volvemos a África, el olor
a la sabana, el bramido de los elefantes, el rugido de los leones, si lo he
conseguido, estoy donde yo quería, bajo el sol de Kenia, soy feliz….
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