EL INCIDENTE.

 

Aquella luz, era tan intensa, una lámpara enorme, y debajo yo, envuelta en una sábana, inmóvil. A mi alrededor varios ojos me contemplan, con mascarillas en los rostros, y de repente distingo las manos del cirujano, sí es él, está conmigo, me ofrece sus manos y me aferro a ellas, como si de una tabla en medio del océano se tratase, “doctor confío plenamente en usted”, fueron mis últimas palabras antes de dormir, de perder la consciencia.

Mi vida no ha sido fácil, como casi la de nadie, todos tenemos nuestra historia, nuestras verdades, vivencias, nuestra realidad.

Nací en una ciudad de provincias, próspera, de muy pequeñita marchamos, por ascenso de mi padre en el trabajo, mi hermano y yo a otra provincia cercana, patrimonio de la humanidad. Puedo decir que me he criado en unas de las ciudades más históricas de España y con un patrimonio artístico inmenso, Cuenca.

Nuestra niñez la recuerdo feliz, en una familia de clase media alta, pues mi padre prosperó y con ello nuestro nivel de vida también.

En Cuenca nacieron mis otros dos hermanos, una familia numerosa, viviendo en pisos grandes en el centro de la ciudad, con casa de veraneo en Benidorm, y colegio privado religioso, naturalmente, lo que había en los 70 en Cuenca.

No hay mucho que resaltar de aquella época, era una buena estudiante, con notable, sobresaliente, que no aprovechaba al 100x100 mis capacidades, pero vamos de lo mejorcito de la clase. Tuve mi momento horrible en la adolescencia donde me veía horrenda toda llena de granos, con el tiempo mejoró bastante, nunca he sido una tía buena, pero vamos era bastante popular entre los chicos.

Hasta aquel verano, inolvidable, los campamentos, yo que era mayoritariamente urbanita, me mandaron quince días a la montaña, a Asturias, en una tienda de campaña, sin comodidades, todo lleno de bichos, todas chicas.

Os podéis imaginar el panorama, hoy día desde la distancia esbozo una sonrisa al recordar esos días del mes de julio, una experiencia más, pero algo sucedió aquel verano que me cambió para siempre.

No lejos de nuestro campamento, se ubicaba el de los chicos, cada grupo hacía su vida en su territorio, las más atrevidas, por las noches, salían de sus tiendas de campaña para quedar con los chicos, bajo los árboles, abrigados por la oscuridad de la noche, donde se intercambiaban notas, cartas de amor, besos robados, algunos tocamientos furtivos y sobre todo desafiar la autoridad de las monitoras y cuidadoras del campamento.                                                             

Una de estas noches, después de contar historias terroríficas a la luz de la hoguera, nos escapamos las tres amigas, Elena, Victoria y yo Celia, claro entonces en el año 1975, no había móviles, ni internet, ni whatsapp, con lo cual las comunicaciones eran directas, una nota en la arena rodeada por piedras, con una simbología que solo nosotras conocíamos.

Si mi padre se llega a enterar que me escapo por las noches, no lo quiero ni pensar, jamás volvería a los campamentos, el único lugar que me libraba de la autoridad de mis padres.

Pero allí estábamos las tres, detrás de las rocas, los chicos ya habían llegado, como no podía ser menos, guapísimos, Marco, Gonzalo, Jesús y Pepe, el más grandote, menos agraciado, pero inseparable de su grupo.

Sacaron el paquete de Fortuna y fumamos un pitillo, malo no, lo siguiente, pero las tres calladitas como si fumar fuera nuestra pasión diaria.

No pude evitar fijarme en Marco, sus ojos negros se clavaban sobre mí, una sensación que me hacía estremecer y me ponía muy muy nerviosa.

Era el malote del grupo claro, chulito y con una madurez impostada que no correspondía a su edad.

Me invitó a dar un paseo, a mí, ¿os imagináis? De noche, todo oscuro y por el campo, se mascaba la tragedia, me caí al suelo, -ayss mis rodillas-, notaba como un líquido brotaba de ellas, supuse que era sangre claro. Marco no paraba de reír, me llamó niña tonta de papá.

Que inocente y que bonito era todo, pero que mal terminó, como íbamos a suponer nosotras que infortunio nos acechaba, que algo tan horrible nos iba a tocar vivir con tan sólo catorce años.

En la caída no tropecé con una roca, como yo pensaba, al acercarse los demás, al oír mis lloros, y linterna en mano, Pepe gritó, - venid aquí y mirad esto, no me lo puedo creer.-

Yo seguía en el suelo, limpiando mis heridas con un pañuelo que Victoria me dejó, pero al escuchar los gritos aterradores del grupo, no me podía mover.

Como pude me acerqué hasta el lugar donde todos habían formado un círculo casi perfecto, eran una piernas, no eran unas patas, de algún ser extraño, no adivinábamos de que podía tratarse, su aspecto era blanquecino, largas y finas, quizá algún animal del bosque, abatido por los cazadores.

La noche era tan oscura y nuestras linternas tan débiles que daban aquel ser una apariencia fantasmagórica.

Conseguí ponerme en pie, pensamos en salir huyendo de allí y no contar en el campamento absolutamente nada, cuando algo en el bosque nos asustó y mucho, eran unos ruidos como de ultratumba, entre los árboles cientos de ojos nos observaban, yo lo sentía, el miedo nos tenía petrificados, nos                       abrazamos,  entre nosotros, las linternas dejaron de alumbrar, los seis solos en la oscuridad, sin mediar palabra.

Esas voces, esos sonidos se acercaban, los ojos cada vez se clavaban en nosotros con más claridad, cuando una luz de una intensidad que no puedo describir, que nos hizo daño en los ojos, cayó sobre nosotros.

Es lo último que recuerdo, caímos en un profundo sueño los siete. Al despertar, solo adiviné a distinguir una sala totalmente blanca, repleta de aparatos, como ordenadores, nos hallábamos dentro de una especie de camas con un cristal alrededor, como burbujas, de nuevo esos ojos brillantes, esos rostros blancos, ocultos tras una mascarilla.

Al contrario que en el bosque, ya no sentía miedo, más bien una paz y una tranquilidad, inusuales en mí.

Intentaba mirar a mi alrededor, no veía a mis amigas, tan solo más camillas como la mía, supuse que dentro estaría el resto de la pandilla.

Toque mi barriga, la llevaba vendada, algo me habían hecho estos seres de luz, algo que no dolía. Uno de ellos se acercó y miró sobre mí, era altísimo, con gorro de cirujano, lo sé porque a los ocho años me operaron de apendicitis, y era igual que un cirujano, emitió algún sonido que no pude descifrar, me acarició la frente y sonrió, o eso me parecía a mí.

Hablé, y pregunté por los demás, me señaló con su enorme brazo a las otras capsulas de cristal, allí entendí que estábamos todos en la misma situación y en la misma sala.

Cuando se alejó observé sus piernas, sorpresa, eran igual al ser con el que tropecé en el bosque, empecé a pensar, a recordar, ¿será verdad lo que me estoy imaginando?

¿Hemos sido abducidos por una nave espacial, son seres extraterrestres?

Yo misma me reía por dentro, debo estar loca, estas cosas solo pasan en las películas, cerré los ojos y volví a quedarme dormida.

Dios mío mis padres, deben estar angustiados, en el campamento, nos darán por desaparecidos, estaremos en todos los medios de comunicación, me vinieron a la cabeza otros casos parecidos, de desapariciones, seguro que a esas chicas, niños que nunca aparecieron, les habría pasado lo mismo.

De repente se abrieron los cristales que cerraban nuestra camilla, soltaron las cintas que nos sujetaban y nos pudimos incorporar.

Que alegría tan inmensa al vernos todos, que abrazos, el reencuentro fue maravilloso, estábamos bien, no entendíamos donde nos hallábamos, nos pasaron a una sala, con camas, sillones, y comida, bueno comida, nos indicaron por señas que lo bebiéramos, y los hicimos, un líquido blanquecino, parecido a la leche, pero nada que ver, nos parecieron fresas.                                            

Allí pudimos hablar, intentar poner en orden todos los pensamientos que teníamos de lo sucedido y claro el temor de estar haciendo sufrir a nuestras familias.

Llevábamos una especie de pijamas blancos, muy holgados, me toque la tripa, ya no estaba vendada, pero sí hinchada, la mostré a los demás, Elena y Victoria la tenían igual que yo, abultada, los chicos no, comenzaron a reírse y Marco insinuó que estábamos embarazadas.

No puede ser, un bebé, ¿cómo?, no he estado con ningún chico, es imposible, un momento, ¿y si estos seres nos han dejado embarazadas, para ver que niños resultan entre una humana y un extraterrestre?

Ahora sí que entramos en pánico, nos quedaríamos allí para siempre, faltan muchos meses para que tengamos el bebé, no nos dejarían marchar.

Pero y los chicos, ellos no pueden gestar, para que los quieren, o los han utilizado para engendrar estos bebes.

La cabeza me da vueltas, me estoy mareando, caí al suelo, solo recuerdo esos ojos brillantes a mi alrededor cogiéndome en brazos, que altos son. De nuevo a la camilla.

Los días siguientes, no lo sé, no podía calcular el tiempo que pasaba, mi vientre creció ten rápido que ya me encontraba tan pesada que apenas podía andar, mis amigas igual, no sabemos si transcurrieron los nueve meses de la tierra, a nosotras nos parecieron unos cuantos días.

Llegó el momento del alumbramiento, nos durmieron, no recuerdo nada más. Despertamos cada uno en su tienda de campaña, todo parecía una pesadilla horrible, pero fue todo tan real, estaba desconcertada.

Empujé en el brazo a Victoria y a Elena, enseguida abrieron los ojos, con el mismo desconcierto que yo, no nos atrevíamos hablar, por si todo esto no hubiera ocurrido, las miré fijamente y comenzamos las tres a llorar, nos abrazamos e intentamos articular unas palabras, las justas para hacer un juramento, nunca, jamás hablaríamos de este tema con nadie. Simplemente no había sucedido, una pesadilla y punto, sería nuestro secreto de por vida.

Fuimos a buscar a los chicos, no parecían acordarse de nada, no nos hicieron ni caso, iban al lago con las piraguas y pasaron de nosotras, ¿en serio no se acuerdan de nada?

Mejor así, no había trascurrido el tiempo, lo que a nosotras nos parecieron meses, en el campamento tan solo fue una noche, ya dudábamos si fue cierto, pero al tocar mi vientre, al mirar en un espejo, allí estaba una pequeña cicatriz, casi invisible, por ahí sacaron y robaron a mi hijo.

Vinieron a mi memoria, sonidos, murmullos y el llanto de lo que parecía ser un bebé, le oía llorar con toda claridad, a veces pienso sino me estaré volviendo loca.                                                                                                                     

Choqué con la realidad, había sido madre, donde estará mi pequeño, que habrán hecho con él, el dolor más profundo se adueñó de mí, lloraba desconsoladamente, yo sola, escondida de miradas curiosas, mi bebé, aunque mis padres se enfadaran, yo quería tenerlo conmigo.

Entre lágrimas comencé a recordar, esa luz intensa sobre mi cabeza, esos seres a mi alrededor, no siento dolor, pero sí como mi barriga se mueve, había algo dentro de mí, algo que extrajeron, lo oí llorar, si recuerdo con toda claridad el llanto de un bebé. Volví a quedarme dormida.

Los campamentos terminaron, regresamos a nuestras casas, con nuestras familias, en casa me sentía más segura, con mis hermanos y mis padres, si ellos supieran lo ocurrido.

A menudo pienso en él, no sé, pero me parece que es un niño, le llamo Marco, que fue mi primer amor, donde estás pequeño ¿Te volveré a ver?

Así pasaban mis días, entre clases, amigas, discoteca en horario de tarde, y siempre conmigo, mi hijo, me ha hecho madurar, ya no me veo como mis amigas de quince años, me siento mayor, más mujer, más madre.

Continué mis estudios hasta COU, aprobé selectividad y a Derecho como mi padre me había ordenado, aunque yo prefería periodismo, una profesión poco honorable para una mujer, según mis padres claro.

En la facultad conocí a Carlos, un buen chico de buena familia, comenzamos a salir, yo siempre con el pudor de que pudiera ver mi pequeña cicatriz, no quería ni imaginar tener que contar lo que me había ocurrido.

Mis notas eran buenas, aunque el derecho no me gustaba para nada, conseguí terminar la carrera y Carlos y yo nos prometimos, él trabajaría en el despacho de su padre y yo en la gestoría de sus tíos. Todo arreglado, como siempre poco que decir por mi parte, la opinión de las mujeres poco contaba en esta familia.

Nos casamos en los ochenta, en plena movida, con las canciones de Alaska y los Pegamoides, que envidia pasé, solo recuerdo que me encerraba en la habitación, ponía música y soñaba con estar en Madrid, libre, escribiendo artículos que era lo que me gustaba, sin padres, sin suegros, sin marido.

Pobre ilusa, con una historia para contar que haría al propio Stephen Hawking temblar, y la guardaba como el mayor tesoro de mi vida, jamás vería la luz.

Pasaron los años, seguía sin tener noticias de mis amigas, que sería de sus vidas ¿Habrían olvidado a sus hijos? ¿Tendrían otros?

No conseguía quedarme embarazada, era un suplicio comprobar que cada mes venía mi regla con normalidad, Carlos no quería ni oír hablar de que el problema pudiera estar en él.

Yo sabía que no era mío, me opuse con todas mis fuerzas a ir al ginecólogo, averiguaría que yo ya había sido madre, ¿cómo explicar esto?                         

Opté por la vía más corta, cogí unas cosas necesarias, el dinero de una cuenta secreta que había ido llenando con el pensamiento de irme algún día lejos de Carlos, y simplemente me marché. En la estación vi un tren con destino Asturias y ni lo pensé, a Oviedo, allí estaría a salvo de la familia, de los médicos y no tendría que dar explicaciones a nadie.

Envié una carta a Carlos pidiendo el divorcio y otras a mis padres diciendo que me encuentro bien, con estas tareas terminada comenzó mi nueva vida.

Desde León a Pola de Lena, me gustó el nombre, consulté en una guía turística y bajé. Aquí comencé mi vida hacia mi verdadero yo. Mi libertad, con la esperanza de volver a encontrarme con mi hijo, esté donde esté.

Me instalé en una pequeña pensión cerca de la calle Álvaro de Albornoz que tenía muy buena pinta. Los primeros días me dediqué a conocer la ciudad, La Casa Benavides, La Casa Natal de Vital Aza, La Iglesia de San Martín El Real, el Hórreo, etc…

Creo que elegí bien, Lena me enamoró desde el principio, ahora tenía que buscar trabajo y un apartamento para vivir.

Encontré una casita pequeñita, casi de muñecas, con un pequeño jardín delantero que daba alegría y color a la estancia, me lo quedé con muebles y todo, al fin y al cabo, yo no tenía de nada, tan solo mi pequeña maleta.

Me empadroné en el ayuntamiento, solicité la tarjeta médica, redacté mi currículum y a la calle en busca de empleo.

No tardé en encontrar trabajo, en un pequeño despacho de abogados en el barrio de La Caleya, desde mi ventana podía ver esas edificaciones antiguas tan peculiares, el hórreo perfectamente conservado que a mí me seducía por completo.

 No ganaba mucho dinero, lo suficiente para pagar el alquiler y comer sin grandes pretensiones. El ambiente de trabajo era bueno, gente joven con ganas de trabajar y más ilusiones que fama.

Atendíamos casos pequeños de divorcio, multas y los que nos asignaban en el turno de oficio y así le conocí, al inspector Eduardo Antuña, inmerso en un caso de robo a mano armada producido por un atracador hijo de una de las mejores familias de Oviedo, sin embargo sus padres acudieron a nuestro despacho, modesto y desconocido, seguramente para no dar que hablar en la alta sociedad de la ciudad y nos contrataron como defensa.

El caso lo asumí yo, ya que era la que más experiencia tenía, en mi visita a comisaría de Pola de Siero, donde estaba detenido Cayetano Romero, alto muy guapo y con un descaro propio de la edad y la situación económica que sus padres poseían.

Y allí estaba el que sería mi gran primer amor, el Inspector Antuña, maduro, interesante, de cuerpo atlético, con una pequeña barba ya blanquecina y          

unos ojos, que al mirarme me daban escalofríos, no podía concentrarme en el caso, que calor.

Pedí un vaso de agua e intenté seguir con mi trabajo, con toda la profesionalidad que me era posible, dada la perturbación que me invadía por completo el intelecto.

El detenido había atraco una joyería de la calle Fruela en pleno centro de Oviedo, a la luz del día y con un montón de testigos.

En su huida fue detenido en Lena, por lo que el caso llegó a mis manos.

El juez decretó prisión preventiva con fianza, que los padres no tardarían mucho en pagar y sacar al niño de la cárcel.

Era domingo, un día espléndido que invitaba a dar un paseo en bici por los senderos de Lena, sonó el teléfono, sorpresa era Eduardo, quedamos para salir juntos.

Que día tan maravilloso, llegamos hasta El Camino de San Salvador comimos, bebimos vino blanco fresquito y hablamos, tanto que casi ya nos conocíamos en tan solo dos horas. La conexión entre nosotros fue brutal, el deseo me sonrojaba las mejillas, sus caricias en mi rostro me estremecieron.

Después de comer nos perdimos con las bicis por el campo, hasta llegar a una especie de bosque encantado con rocas, donde pequeñas alfombras de musgo y hierbas nos invitaban a tomar una siesta, escondidos de miradas curiosas, echamos una manta sobre el manto verde que nos rodeaba y nos quedamos callados mirando al cielo, respirando ese olor a césped recién cortado a esa humedad de la lluvia fresca, era embriagador.

Los primeros besos no tardaron en llegar, su boca, su lengua jugaba con la mía en un baile casi perfecto de coordinación, deseo y lujuria.

Sus manos empezaron acariciar mis pechos, mis pezones se erizaron como nunca lo habían hecho, me quitó la parte de arriba, y empezó a mordisquearlos con su dentadura perfecta, al mismo tiempo soltó el lazo que unía mis braguitas y quedé totalmente desnuda a su merced, hizo conmigo lo que quiso, hasta lograr que gritara de placer, yo al tiempo introduje mi mano en su pantalón, y acariciaba su miembro erecto, retorciéndose de placer, me decía lo mucho que me deseaba y que me iba a follar hasta que perdiera el conocimiento.

Me introdujo el miembro en mi vulva mojada y húmeda de deseo y el clímax, nunca en la vida me había corrido de esa manera.

A partir de entonces nos veíamos con frecuencia, íbamos al cine, al teatro, a cenar, todo era amor, aun así a Eduardo tampoco le conté mi secreto, mi hijo, no quería ni imaginar qué pensaría de mí, me tomaría por loca, lo alejaría de mi lado.

Transcurrió el tiempo entre polvos de locura, tardes culturales, nuestros respectivos trabajos…Hasta que ocurrió.                                                             

Comenzaron de nuevo aquellas voces…-Mamá. mami, ¿Dónde estás?-

No, ahora no por favor, soy feliz, casi había conseguido olvidar el incidente, pero no mi hijo me llama, mi hijo me está buscando, mi hijo me necesita, pero no puede ser, yo oigo a un bebé y ahora debe tener ya quince años, o no en el planeta donde se encuentre ¿será el tiempo igual que en la tierra?

Demasiados interrogantes, noches sin dormir, de nuevo las pastillas para los nervios, la ansiedad, el insomnio.

Eduardo no puede enterarse de nada, he de marcharme lejos una temporada hasta que esto pase de nuevo, tengo que pensar en algo. Ya lo tengo, me voy unos días a la casa que mi amiga Clara tiene una casa en Cangas de Onís, seguro que allí sola, descansando y sin trabajar recobro la cordura.

No me encuentro bien, tengo el estómago revuelto, he vomitado, lo que me faltaba, la gripe. Paso el día en cama, viendo por la ventana el paisaje, pensando en mis cosas, pero tengo apetito, un apetito voraz, me comería una hamburguesa de buey gigante con patatas fritas.

Intento levantarme, no puedo, tengo las correas de nuevo sujetando mi cuerpo, eso ojos, esos seres me observan de nuevo, llevo mis manos a mi vientre, esta abultado, mucho, se mueve algo en mi interior, otra vez nooooo!!!!!! 

FDO.-DENTRO DE MI 2023                 

 

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