EVEREST

 

EVEREST

 

 

Eran las cinco de la tarde, cuando recibí esa llamada telefónica, rara, inquietante. No sabía nada, la noticia llegó a mis oídos sin apenas, percibir su gravedad.

Hacía años que mi hermana pequeña jugaba con la muerte, su profesión le entusiasmaba tanto como la adrenalina que le producía. Era tan bonita, tan alegre, Marta no tenía miedo a nada, todo lo contrario que a mí. Subía a los árboles con una destreza que muchos de los chicos vecinos hubieran querido, iba en bici con una velocidad increíble, vamos que todo lo que era montar en algo le gustaba. Pero los domingos para salir, mi madre la peinaba con ese lazo azul celeste que caía sobre los rizos de su pelo, era maravilloso verla arreglada, la abuela la contemplaba y decía en voz alta: “Esta niña llegará lejos, tiene ángel”.

Y claro que lo tenía, ya de jovencita llevaba detrás a todos los chicos del instituto, reina de todos los bailes. Sus notas eran buenas y consiguió plaza en la universidad, Derecho, la verdad es que le pegaba mucho la profesión, sería una magnifica letrada.

Yo, he de confesar, le tenía envidia, la quería con toda mi alma, pero era tan perfecta que difícilmente pudiera yo acercarme a su belleza, su encanto, su sonrisa y su habilidad para manejar toda clase se situaciones a su antojo.

En casa era el ojito derecho de papá, a su Martita que no la toque nadie, en consecuencia creció malcriada y algo consentida, yo permanecía allí, observadora de todos los halagos a mi hermana, no es que no me quisieran, me consta que sí, pero de otra manera.

En la facultad conoció a Leo, un encanto de persona, tan atento y enamorado formaban la pareja perfecta. La verdad es que se lo ponía difícil al pobre chico, coqueteaba con todos, hasta con los profesores, que la miraban con condescendencia, increíble.

Tanto éxito le subió a la cabeza, cambió, engreída, presuntuosa, cruel, llegó un punto que llegué a tenerle miedo. Comenzó a beber, fumar, bailar, sus notas cayeron en picado, ya no se veía tan bonita, la falta de sueño y los excesos le arrebataron el brillo y fulgor de juventud

Dejó a Leo hecho polvo, a mis padres preocupados y culpables por la educación tan permisiva que había llevado y a mí, en el fondo victoriosa, ya que mi vida era formal y dentro de los cánones establecidos

Abandonó la carrera, sin decirnos nada a nadie, se marchó de la residencia de estudiantes sin ninguna explicación, despareció dejando tras de ella una estela de lloros y tristeza.

Años más tarde, supe de mi hermana, por casualidad entre en una web donde organizaban viajes a lugares remotos de todo el mundo, allí estaba Marta, con su amplia sonrisa organizando un viaje para escalar y subir al Everest.

Pude hablar con ella, estaba encantada con su trabajo, con el riesgo, la aventura  y ese peligro que la volvía loca. El más difícil todavía.

Pero la llamada, esa voz de hombre totalmente desconocida, me devolvió al horror, al dolor a la pérdida, Marta ya no estaba, no lo consiguió, en algún lugar de la montaña nevada yace el cuerpo inerte de esa chica risueña, atractiva y sobre todo amante de la vida.

Marta vivió mucho, intensamente, sus treinta años no pasaron desapercibidos o infructuosos, solo que no pensó que con su partida también se llevó una parte de mí, la que compartíamos, la que yo disfrutaba viendo como ella triunfaba, como ella era libre.

Hermana, descansa en paz, siempre en nuestros corazones.

 

María José Martínez Rabadán

Dentro de Mí 2023

16/05/2024

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