LAS PRIMAVERAS DE MI VIDA.
¿Cuántas veces nacemos,
renacemos a lo lardo de nuestra vida?
Eso mismo se preguntaba
Elisa, caída en desagracia, según ella, en los años del hambre, de la
postguerra.
Devastada, hundida, sola,
pero con esa dureza, esa madurez que el paso de los años otorga, con esa fuerza
interna, que ni ella misma es consciente de su poder.
Se había criado en una casa
acomodada, con un padre abogado y una madre de buena familia, propietarios de
una fábrica de gaseosas La Niña Chica, muy famosa en la época y con unos cien
empleados.
La niñez fue como un cuento
de princesas, siempre bien vestida, una educación exquisita en colegio privado
y todo tipo de actividades, desde tocar el piano a montar a caballo.
Ya en su juventud llegaron
los primeros problemas, desengaño amoroso incluido, el señorito Carlos la dejó
embarazada y arruinado despareció a las américas, sin dejar rastro.
La niña bien, preñada,
abandonada y escondida de la sociedad, marchó al norte, lejos de las miradas
inquisitorias de Madrid.
En Santander, alojada con
una tía suya sin hijos, vino al mundo Clara, una niña regordeta y preciosa que
hacía presagiar un nuevo renacer en la vida de Elisa, que se hacía pasar por
una joven viuda, que se vino a Santander para recuperar fuerzas con el aire del
mar.
Pero la guerra arrasó con
todo de nuevo, los jóvenes al frente, las mujeres solas, Elisa que no había
trabajado en su vida, acudió al hospital voluntaria paras ayudar en lo posible,
La niña quedó al cuidado de la tía Carmen.
Otro comienzo, como
enfermera de guerra, nunca en la vida imaginó encontrarse entre cadáveres,
heridos, mutilados.
Aprendió pronto junto al
doctor Azcárate, un hombre sencillo y bonachón, que apenas dormía, ni comía,
para atender a los soldados.
Así transcurrió el tiempo de
guerra para Elisa, volvió con Clara, una jovencita preciosa y bien educada, con
los pocos medios que disponían.
Decidieron volver a Madrid y
buscar a sus padres, al fin y al cabo, era viuda y respetable, nada extraño
después de una guerra.
Encontraron la fábrica
destruida por las bombas, encaminándose hacia la casa familiar. Poco quedaba de
ese lujoso piso en la calle Salamanca, parecía desmantelado, abandonado. El
conserje, que aún estaba por allí, explicó a Elisa que sus padres se marcharon,
en los primeros días de bombardeos, a Francia.
De nuevo sola con su hija,
en un Madrid devastado, sin recursos. Ambas decidieron quedarse en la casa,
arreglar una parte de ella y vivir modestamente, cosiendo y lavando la ropa de
los señoritos que todavía quedaban en Madrid, y de las nuevas señoras que la
guerra había ascendido en la escala social madrileña.
Lavanderas y costureras, si
nos viera mi padre….
Otro nuevo renacer, no morir
de hambre, consiguieron hacer una clientela más que respetable, después de
todo, las clases de costura con Angelita, les sirvieron para conseguir una
buena reputación. El taller pasó a llamarse Le Atelier de Madame Eliss, todo
muy francés y muy chic.
Esposas de militares
alemanes que aún quedaban en Madrid, de médicos condecorados por el régimen, y
señoras de políticos afines, constituían tan magnifica clientela.
Clara y Elisa salieron
adelante, sus modelos eran lucidos en las fiestas de alta sociedad, los
encargos se multiplicaban y tuvieron que contratar a varias chicas para
ayudarles.
De nuevo la desgracia se
cebó con ellas, Clara contrajo unas fiebres, tuvo que ser ingresa en el
hospital, tuberculosis, su estado fue empeorando cada día, los médicos no
albergaban esperanza de vida para ella.
Clara se marchó, golpe muy
duro para Elisa, que la dejó totalmente hundida, con el taller cerrado y
sin apenas ganas de vivir.
Incluso había pensado en
varias ocasiones la manera de quitarse la vida, hasta que un día alzó la mirada
y sacando fuerzas, se sentó de nuevo en aquella vieja Singer y comenzó a coser.
Era primavera, comenzaba de
nuevo a nacer, se arregló, maquilló, con sus tacones y medias de seda, abrió de
nuevo las puertas a sus clientas, que fieles comenzaron hacer sus encargos,
primavera- verano de la temporada, trajes de chaqueta, conjuntos campestres,
trajes de tenis y hasta un vestido de novia.
Primavera, comenzar a ser, a
sentir a vivir.
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