¿LO OCURRIDO?

 Era noche oscura, tan oscura como los ojos de un lobo, corríamos tan deprisa que a penas nos daba tiempo a no chocar con los árboles del bosque, que con el sonido del viento, evocaban un sinfín de melodías, perfectamente acompasadas.

Lucía, aterrada de miedo, no articulaba palabra, Sofía más echada para adelante, nos gritaba que no parasemos de correr y yo Luisa, no adivinaba lo que se nos venía encima.

Estábamos de campamentos en la sierra de Cuenca, en Beteta, un lugar maravilloso, con su riachuelo, y montañas tan verdes tan altas, que hacía del lugar algo idílico, teníamos catorce años, en plena adolescencia, llenas de vida, llenas de preguntas sin respuesta, llenas de aventura.

Se nos ocurrió la feliz idea de abandonar nuestra tienda de campaña, ya por la noche y salir, linterna en mano, a explorar, amparadas por la oscuridad de la noche, sin saber muy bien donde íbamos, muertas de la risa y cagadas de miedo. Era divertido, una historia para contar al día siguiente a nuestras compañeras.

Pero las cosas no resultaron tan divertidas, debimos alejarnos mucho, ya no veíamos las luces de la hoguera del campamento, teníamos frio y nuestras risas, poco a poco fueron enmudeciendo, en la espesura del bosque caímos en la cuenta que nos encontrábamos perdidas.

Naturalmente en aquella época no existían los móviles para pode llamar, así que nos detuvimos en lo que era una especie de esplanada para tomar aliento y pensar con claridad que hacer.

Allí fue donde ocurrió, una luz intensa, cegadora nos envolvió, como de un manto de niebla se tratara, quedamos  inmóviles, como abducidas  comenzamos a elevarnos  Unos ojos brillantes nos observaban desde arriba, caras de un blanco nuclear y cabellos rubios casi albinos.

Ahí perdí totalmente el conocimiento, no sabía si estaba pasando en realidad o era una pesadilla, mi percepción del tiempo se había marchado, solo la sensación de flotar, la ausencia de miedo y un bienestar que rallaba lo místico.

Despertamos las tres en una especie de capsulas, en principio estábamos bien, nos abrazamos y rogamos a Dios que estos seres nos devolvieran al campamento cuanto antes. Nuestros padres estarían aterrados al comunicar nuestra ausencia las monitoras del campamento.

Pero no fue así, pasamos con ellos lo que a nosotras nos pareció unos días, quizá dos semanas, intentaban comunicarse con el lenguaje de signos, nos debieron estudiar, puesto que llevábamos puestos una especie de camisones abiertos por detrás, como en los hospitales, lo sé porque me operaron de apendicitis hace dos años.

Cuando nos vieron llorar, tan angustiadas, nos dieron a beber una especie de zumo, estaba rico, no recuero nada más, solo que nos volvimos a despertar en nuestra tienda de campaña, no entiendo nada, Lucía y Sofía dormían, las zarandeé y despertaron, me miraban perplejas, no entendíamos que había ocurrido, salimos al exterior y allí estaban las demás tiendas que formaban el campamento, nadie parecía sorprendido al vernos salir, nadie había acusado nuestra ausencia.

¿Qué ha pasado? Lo que a nosotras nos parecieron días aquí solo han transcurrido horas. O no pasó, sería posible que las tres hayamos tenido el mismo sueño, la misma pesadilla, no puede ser.

Acordamos no contar a nadie lo ocurrido y no volver hablar del tema o nos tomarían por locas, hasta nosotras mismas dudábamos que fuera cierto.

Volvimos a nuestras casas en Cuenca, intentando volver a nuestras vidas, comenzando un nuevo curso en las Josefinas, todo normal hasta que volvieron esos sueños extraños que me acompañan desde lo ocurrido, hasta que en mi habitación apareció él, como de la nada, su mano se posó sobre mi brazo, me susurró, tranquila  Luisa estoy contigo...

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