EN LA CUERDA FLOJA
Sobre su moto, una chopper
del cincuenta y seis, observa la ciudad, una ciudad ya oscurecida con la luz
sobre las calles que refleja los edificios, fruto del espejismo que la lluvia
ha creado sobre las aceras.
Los ojos de Martínez, ya
curtidos por los años, endurecidos por todos los sucesos que ha tenido que ver,
que ha tenido que vivir, por las tragedias, las malas noticias, las familias
rotos de dolor.
Todas estas experiencias han
endurecido esa mirada que algún día fue dulce, amable, incluso bondadosa, hace
ya tanto tiempo de eso, que apenas recuerda aquella época de su vida.
Ingresó en la academia de
Ávila en el año noventa y dos, Policía Nacional, la ilusión de su vida, con ese
afán altruista que le caracteriza, ayudar, cuantos ideales cuando se aprueba la
oposición, cuando llegas a la academia con mil personas más, llenos de una
pasión, que luego, con el paso de los años, y mucha calle a sus espaldas, se va
perdiendo.
Termina la academia,
práctica, y destino, vale Madrid está bien, muchas posibilidades para ascender
y seguir formándose, terminar su carrera de criminología, y a trabajar, tanto
por hacer, tanto por aprender.
Su vida transcurría detrás
de adolescentes porreros, pequeños hurtos, algún atraco, prostitutas,
enfrentamientos familiares y poco más.
Hasta que la conoció, Marta,
abogada de oficio, algo desaliñada, pelo rizado que le daba un aire bohemio,
gafas, ropa holgada, deportivas, más pareciera una artista de circo, que una
profesional del derecho.
Todo ese aire bohemio,
escondía tras de sí a la persona más bonita, dulce y maravillosa que hubiera
conocido en su vida.
El joven policía se enamoró
en el mismo instante que se acachó para recoger todos los papeles que a Marta
se le cayeron de la mesa, sus miradas se cruzaron y se obró el milagro,
quedaron sin palabras y ahí comenzó una relación tan bonita como intensa.
Salían a cenar, una copa, un
deseo sexual sin medida, encajaban a la perfección, pero como nada es perfecto,
llegó la tragedia.
En el juzgado de 1ª
Instancia, en una vistas sin importancia, un traficante de poca monta, que
ejercía como mula para los grandes.
A Marta le asignaron el caso
en el turno de oficio, llegó al juzgado confiada, no era un chaval violento ni
se veía peligroso, pero en un descuido, le quitó el arma, reglamentaria al
policía que lo custodiaba, comenzó a disparar sin mirar a quién, fue abatido
por el otro compañero que estaba fuera de la sala y al oír disparos entró
pistola en mano.
El mal estaba hecho, una de
esas balas perdidas fue a impactar en la cabeza de Marta, con tan mala fortuna
que le causó la muerte instantánea, al menos saben que no sufrió, fue todo tan
rápido.
Naturalmente a Martínez se
le rompió la vida, cuando le llamaron para comunicar el fallecimiento de su
compañera de vida, en la autopsia comprobaron que estaba embarazada.
La vida para este agente de
policía herido de tal manera, no volvió a ser la misma, su carácter se
endureció de tal forma que nadie recuerda haberle visto sonreír.
Se refugiaba en su trabajo,
entrando a formar parte de las unidades especiales de intervención, donde la
adrenalina le mantenía con vida, misiones casi suicidas, a las que siempre se
presentaba voluntario.
Varias heridas de bala y
algún que otro golpe que le llevaron a quirófano en varias ocasiones, le
llevaron a la decisión de dejar el cuerpo.
Actualmente, los que le han
visto, cuentan que anda por esas carreteras, vigilante, con la mirada perdida.
¿Qué busca, a quién espera? Nadie lo
sabe, quizá lo que busca es una excusa para dejar de vivir. Quizá lo que busca
es unirse a Marta y a su hijo , quizá vaya a romper la cuerda floja de su vida.
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