EVEREST
EVEREST Eran las cinco de la tarde, cuando recibí esa llamada telefónica, rara, inquietante. No sabía nada, la noticia llegó a mis oídos sin apenas, percibir su gravedad. Hacía años que mi hermana pequeña jugaba con la muerte, su profesión le entusiasmaba tanto como la adrenalina que le producía. Era tan bonita, tan alegre, Marta no tenía miedo a nada, todo lo contrario que a mí. Subía a los árboles con una destreza que muchos de los chicos vecinos hubieran querido, iba en bici con una velocidad increíble, vamos que todo lo que era montar en algo le gustaba. Pero los domingos para salir, mi madre la peinaba con ese lazo azul celeste que caía sobre los rizos de su pelo, era maravilloso verla arreglada, la abuela la contemplaba y decía en voz alta: “Esta niña llegará lejos, tiene ángel”. Y claro que lo tenía, ya de jovencita llevaba detrás a todos los chicos del instituto, reina de todos los bailes. Sus notas eran buenas y consiguió plaza en la universidad, Derecho, la ve