LAS PRIMAVERAS DE MI VIDA.
¿Cuántas veces nacemos, renacemos a lo lardo de nuestra vida? Eso mismo se preguntaba Elisa, caída en desagracia, según ella, en los años del hambre, de la postguerra. Devastada, hundida, sola, pero con esa dureza, esa madurez que el paso de los años otorga, con esa fuerza interna, que ni ella misma es consciente de su poder. Se había criado en una casa acomodada, con un padre abogado y una madre de buena familia, propietarios de una fábrica de gaseosas La Niña Chica, muy famosa en la época y con unos cien empleados. La niñez fue como un cuento de princesas, siempre bien vestida, una educación exquisita en colegio privado y todo tipo de actividades, desde tocar el piano a montar a caballo. Ya en su juventud llegaron los primeros problemas, desengaño amoroso incluido, el señorito Carlos la dejó embarazada y arruinado despareció a las américas, sin dejar rastro. La niña bien, preñada, abandonada y escondida de la sociedad, marchó al norte, lejos de las miradas inquisitorias